domingo, 9 de junio de 2013

Soneto de Ojos Verdes
By: M.R.

Respiras mi aire; piel blanca en curvas tersas
Nieve candente, contradicción perfecta.
Sonríes con la certeza de la conquista sin esfuerzo
Y palpas con tus manos el desespero de mis antojos.

Ojos verdes, o casi transparentes cuando los miro;
Atraviesan los míos en obligada parada.
Veo venir tus labios y perdono con dulzura
El enganche tierno de tu furia presa.

Saco el néctar de tu pecho tentado por mis manos.
Tienen vida propia y obedecen sus instintos.
Mereces el cielo y comprendes mi infierno.
Aumentas mis ganas con pulcritud y belleza.

Por momentos niña, siempre mujer. Soñada.
Linda en formas, modos y actuación.
Acercas, al alma de un mortal, el paraíso.
Dejas sin verbos mi oratoria. Descansas plena.

Intensas entregas y probados deseos
Conjuran el acto de pensarte a diario.
Busco en mi interior la calma que me dan tus besos.
Un abrazo interminable es un ruego iracundo.

Muerdes la vid de mis linajes, fiereza encantadora.
Al manejar, tus desahogos, se apuran en madrugada.
Vuelves a tus comienzos, con el desespero invertido.
Tomas lo que quieres, frente a ti está tu reinado.

Manta de color raro, cubre tu fuego efervescente.
Mis dedos toman el control de tus conveniencias
Y apuran con gusto el paseo reservado y sutil
De tu huerto apacible y sosegado. Tú das vida.

Desenfreno admirable, descontrol de nieve hirviendo.
No admites el vacío y prometes noches de estrellas.




jueves, 16 de mayo de 2013

Una vez Soñé...

"Una vez soñé con una mujer perfecta. Pasaron los años, y el sueño pasó. Comencé a soñar con una mujer hermosa. Pero al igual que antes, el sueño pasó. Con el tiempo deje de soñar con lo bello y lo perfecto. Hasta que el corazón empezó a hablar" 

jueves, 9 de mayo de 2013

Ya no es.




Ya no es.    



Era bueno. Transparente. Como ese arroyo que siempre tiene agua fresca. Como la mañana de primavera que trae consigo los pájaros y sus cantos. Era puro. Era a prueba de dudas. Sin aditivos y sin colorantes. Era así, como tiene que ser. Como las sombras, que son oscuras, porque no pueden ser de otra manera. Como los papeles en blanco antes de ser el instrumento fallido de un escritor en ciernes. Como las playas de esa isla antigua donde llegaron los soldados a buscar su muerte. Como las palmas de un Buda o las sandalias de la Virgen. Como los sonidos absurdos de las fieras en celo. Era eso. Era solamente el grito desesperado y tierno de la madre natura que cuida a todos los que quieren ser cuidados. Era como el infierno de los locos. Tibio. Era así. Como debe ser cada pensamiento. Único. Memorable. Insondable y perenne. Disociado de la realidad pero conforme a las exigencias de la imaginación y olvido. Era justamente el vocablo perfecto para la realización de la obra inconclusa de los versos de aquel poeta que detuvo su andar en la ladera del monte de los amores más tiernos. Era eso. Era así. Ya no es.

Llegaron




Nunca comenzaba a escribir. Estaba tan desconcentrado que los pensamientos entraban y salían de su cabeza en total desorden. Fijó la mirada en la pared, la vieja pared de ladrillos rojos que tantos recuerdos le traían. El sonido de la noche lo envolvía. Era el sonido del frio junto con las estrellas mudas. Era el sonido frio de la madrugada que se reflejaba en aquella pared de ladrillos rojos.
Se asomó por la ventana, como hacía siempre que decidía escribir de Ovnis, de estrellas y de galaxias lejanas. Se acercó con rapidez y vio a lo lejos una nave, de las que estaban llegando desde hacía varias semanas a la Tierra. Desde que llegaron las naves, ya no podía concentrarse. La ficción que le producía placer y confort, era ahora la noticia del momento, la moda en las calles. La euforia se mantenía en algunos bares y plazas de la ciudad. Llegaban reporteros todos los días, y el aeropuerto era un sitio de locos.
Pero el solo contemplaba a las naves en entrar y salir de la ciudad. Algunas venían casi vacías, pero se iban totalmente llenas. Llenas de personas. De humanos. Humanos que juraban ante una deidad desconocida que los viajeros tenían como su Dios.
Días antes, Alberto recordó la historia que contó su vecino sobre los viajeros. Al parecer pedían a los humanos que se arrodillaran ante la imagen del dios alienígena, y pidieran su protección. Con este sencillo gesto, dos viajeros se colocaban a ambos lados de la persona y con una suavidad espacial, lo levantaban y lo llevaban dentro de la nave, donde recibía ropas nuevas, zapatos y una especie de talismán que debían llevar en todo momento. Luego de eso, cerraban las puertas de la nave y esta despegaba a destino incierto.
El trato con los viajeros era simple. Los humanos que quisieran irse del planeta tierra, tendrían que dejar todos sus bienes, y posiblemente sus seres queridos, a cambio de jurar lealtad al dios de los extranjeros y someterse a un cambio de vida radical en un planeta desconocido.   Nunca más volverían a la Tierra.

Sonó el teléfono. Era mi llamada. En unos días estaré en un lugar desconocido, con una vida completamente nueva. Solo debo jurar mi lealtad al nuevo dios alienígena. Ya soy uno de ellos. Ya casi.

MR


¿Qué podrá ser?

Podrá ser el aliento que brota cuando el cansancio se apodera  inexorablemente de tus entrañas.
Podrá ser la báscula templada y regia que domina la razón del descerebrado hombre moderno cuyos temores lo empujan a la caverna infinita del paso del tiempo.
Podrá ser la efímera búsqueda del amor en tiempos de odio, pues el odio también tiene su tiempo cuando el amor se acaba.
Podrá ser la somera vacilación ante el peligro, la rápida actuación de tus sentidos, la voluntad corrompida ante la débil necesidad de la carne o el desamor producto de la inconsciencia y la intolerancia.
Podrá ser el cúmulo de ideas proscritas; mal que bien te sacuden el intelecto y vuelven apócrifos los pensamientos virtuosos que contaminan tu espíritu y una que otra rareza.
Podrá ser la noche, plagada de mitos, verdades y sustos con inocencia; despejadas las dudas, el sol calienta lo fresco de la penumbra y las mariposas acusas la llegada de la certeza temporaria y escueta.
Podrá ser el séquito absurdo de un emperador de mimbre que aumenta el gozo de la plebe abyecta y perezosa;
Colmada de vicios, la libertad ahoga el grito en aguas profundas y nadie escucha bajo el mar porque primero hay que respirar.
Podrá ser el fuego de los sueños olvidados, con la parafernalia a cuestas, para darle sentido a lo absurdo y caminar cabizbajo cuando el cántaro flote en el río de la desmesura.

MR